En el aire crecía la frescura del anochecer,
y yo vagaba bajo la sombra fantasmal
de los árboles de la costa pensando en
casi nada.
Aquél era un instante raro, sublime, difícil
de conseguir,
el mar cercano, profundo y cruel,
las primeras estrellas las descubrí
a través de los resquicios de las
inquietas copas mecidas por un viento
del Sur que rehusaba huir y dejar soplar
al terral.
Andube persiguiendo a un niño delgado
de pantalones cortos y descalzo que
ágil
saltaba frente a mi.
Le pregunté
Quién eres?
Me dijo risueño.
Soy tú
Y entonces comprendí que avanzaba
por los senderos de mi infancia.
Lloré, lloré y lloré,
mientras el nino, sonreía en su inocencia.
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