Desperté temprano con el proposito de ver la salida del sol desde la altura de un antiguo farallon situado frente al mar, andube de prisa por la pedregosa playa y comencé a escalar por un pequeño desfiladero aferrandome a los salientes de las rocas.
En cinco minutos alcancé la cima y el aire frío del amanecer llenó mis pulmones.
Fui al borde del barranco y me senté sobre una roca lisa por la acción de los siglos, comenzaba a clarear y el espectáculo era imponente.
La marea estaba alta y las olas rugian en las rompientes y espumosas se desplazaban hacia las orillas, lentamente la luz del amanecer hizo desaparecer las últimas sombras.
Me incorporé y volviendome al este quedé extasiado.
El sol apareció tras el tenue azul metálico de las montañas del Escambray y sus chorros plateados abarcaron tierra y mar, haciendo chispiar el mundo.
Me volví al vasto océano de aguas plateadas aspirando su olor, mi mirada se paseó por la lejana costa filosa de arrecifes y allá lejos vi una figura humana que caminaba hacia la playa.
Era una mujer de vestido suelto y blanco movido por la brisa, usaba un ancho sombrero que se aguantaba con las manos para que no volara de su cabeza.
Durante un tiempo la vi acercarse hasta que alcanzó la playa, era alta, delgada y de largos cabellos, al parecer amaba el mar y la soledad para aventurarse sola por aquel lugar tan callado y alejado de la civilización.
Se detuvo al ver mi casa de campaña abierta y de repente fue, entró y cerró la entrada.
Quedé desconcertado y con gran curiosidad esperé a que saliera, pero se prolongaron los minutos, la media hora y cuando faltaban pocos minutos para la hora decidí regresar y averiguar que hacía aquella intrusa invadiendo mi privacidad.
Supuse que era una mujer madura quizás de más de cincuenta años por el blanco de sus largos cabellos, pudo pensar que mi tienda estaba abandonada y decidió descansar y dormir un rato.
Bajé la escalera de piedra y de prisa me dirigí a la playa, no quería asustarla así que al acercarme a mi tienda me detuve a unos dos metros y dije.
Hey senora, la vi entrar, es mi sitio, mi nombre es Ernesto y no le haré dano.
No obtuve respuesta.
Holaaa, despierte.
Y al ver que no respondía corrí el zipper, no había nadie dentro.
Quedé perplejo y algo asustado, comprendiendo que mientras bajaba la mujer había abandonado la casa de campaña.
Pero, donde estaba?
Revisé los alrededores sin hallarla, tampoco encontré sus huellas en la arena,
y al levantar la mirada hacia mi atalaya la vi parada en el borde del farallon, inmóvil mirándome fijamente y de repente, saltó al vacío.
Escuché el estrépito de su cuerpo al dar sobre las rocas y lajas sueltas del suelo y corrí en su auxilio.
Pero no vi su cuerpo, solo escuché gemidos lastimeros que se convirtieron en gritos espantosos.
Y corrí poseído por el terror dejando atrás mi tienda y todas mis pertenencias.
Nunca regresé.
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