Un anochecer estaba yo sentado en un taburete en mi portal, admirando la lenta muerte de la tarde cuando vi venir por el sendero a una mujer con sombrero y vestida de gris.
Mi curiosidad se activó
Qué hacía una mujer a aquella hora en un lugar tan desolado?, (vivo en un pequeña casa de madera junto al mar) la carretera pasa a dos millas de distancia y para llegar a mi morada se necesita andar por caminos que se cruzan y entrelazan a través del monte.
La mujer al verme se detuvo y estuvo un rato inmóvil analizando su situación.
Mi vida de ermitaño voluntario me ha provisto de gran barba blanca, piel tostada, ojillos hundidos y aspecto amenazante.
La mujer dudaba acercarce y para darle confianza le dije en voz alta.
Venga a mi casa, es usted bienvenida.
Me puse en pie.
La visitante dio un respingo y echó a correr de regreso.
Maldición, la asusté.
Y eché a correr para darle alcance y
explicarle que a pesar de mi soledad y de mi aspecto intimidante, soy inofensivo.
Después de una curva la vi, se volvió y vi que era pelirroja, me acerqué más y me detuve en seco, un escalofrío recorrió mi cuerpo, no tenía ojos y sus cuencas vacías me buscaban.
Entonces fui yo quién huyó despavorido.
Me encerre en mi casa respirando con dificultad, tratando de cobrar aliento, atento a los ruidos de la noche que me rodeaba espesa y cómplice de la ciega.
Aquella aparición había disparado mi miedo, mis nervios nunca se habían alterado de aquella manera.
Estaría la mujer rondando mi casa? pensé que tendría un desmayo si escuchaba toques en mi puerta.
Mi existencia había transcurrido sin contratiempos en aquel lugar que escogí para pasar los últimos años de mi vida alejado de la vida estresante de la ciudad, renuncie a las comodidades que hacen felíz al humano y lo convierten en inútil.
En mi paraíso habitaba aislado del mundo moderno, cazando y sembrando como los primeros humanos y solo una ves al mes iba a la ciudad a abastecerme de algunos viveres y utensilios necesarios.
Me fui tranquilizando , la ciega al parecer había regresado de donde vino, son hábiles en orientarse y mucho más cuando son ciegos de nacimiento.
Me desvesti y me acosté tapándose hasta el cuello, y bocarriba estuve desvelado toda la madrugada hasta notar la luz del amanecer.
Han transcurrido diez años de aquél suceso, nunca más la vi, pero sus cuencas vacias quedaron tatuadas en mi memoria.
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