Inmóvil en la pared, danza la bailarina,
se desmarca del cuadro, gira, gira, gira.
Baja al suelo, apretada la boca, fruncido
el ceño, mansos los ojos y gira, gira.
Es madrugada y solo ella y yo disfrutamos
su ópera- ballet.
Se levanta de puntas, pálida y atrevida,
mi mirada la persigue por la habitación.
Queda desnuda, palpitante, le recito un poema,
sonríe y se va a un rincón turbada.
Reaparece de rojo en el círculo de luz,
cercana, tibia.
La beso con furia, sigue siendo su peinado
torre de cuervos y sus labios ascuas de la noche.
Rechinan los goznes del amanecer,
da un suspiro y escapa su juventud rumbo al cuadro.
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