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viernes, 1 de abril de 2011

Quiquita

Enrique Menendez impresionaba a los niños comiendose los limones enteros.
Le gustaba ver las caras de asombro que ponían, luego le pedían que abriera la boca y sacara la lengua.
-Son ácidos y la cascara amarga, pero muy buenos pa cortar la gripe- les decía
Después de la demostración los niños le pedían agua de la tinaja, bebían sedientos y con sus mochilas a la espalda se iban a sus casas después de un aburrido día de escuela.
Enrique vivía con Domingo, su padre de 78 años.
De sus ocho hermanos fue el, él único que nunca se casó ni tuvo hijos.
La enemiga de su juventud fue su extrema timidez hacia las mujeres, su padre trató de curarsela a correazos pero solo logró hacerlo más retraído.
Entonces Domingo pensó que el muchacho le había salido maricón y con quince años cumplidos lo llevó a la calle de las putas y lo dejó en manos de la mulata Gertrudis,alta, tetona y con un culo que no había guanajo que se lo picara.
La puta cobró los cinco pesos y se llevó a Enrique a su cuarto, le dijo que la mirara y comenzó a desvestirse, el muchacho temblaba y no apartaba la vista del suelo.
La mulata le tomó una mano y se la restregó por sus enormes pezones mientras le tocaba sus partes.
Después de un rato y de infructuosos esfuerzos por seducirlo, se vistió, lo tomó de la mano y se lo llevó a Domingo que esperaba bebiendo ron afuera del bar La Lonja.
Y?- Le preguntó a la puta.
La mujer se inclinó y le dijo al oído.
Creo que es del otro lao.
Domingo se empinó el trago y rojo de ira le dijo al joven.
Vamos a casa de Titino.
Y se fueron calle abajo buscando la sastrería de la marica más famosa del pueblo.
Titino estaba sentado tras el mostrador, rojo por el calor y abanicandose con un abanico con rostros asiaticos.
Que le trae por aquí don Domingo? dijo con voz afeminada.
No habían clientes dentro de la sastrería, así que el padre fue directo al grano.
Titino, quiero que me digas si este muchacho es blandito igual que tú ?
El gordo se puso de pie y escrutó a Enrique de arriba a abajo.
Tienes calor?
Enrique levantó la vista y asintió.
Pues te regalo este abanico, te gusta?
EL joven se encogió de hombros.
Dime sí o no- insistió el sastre.
Sí-respondió con voz apagada.
Es maricón- concluyó Titino.
El padre le dio una galleta que lo sentó de nalgas.
Arranca pa la casa.
Y Enrique se fue llorando y moqueando.
El sastre trató de calmar a Domingo.
No se preocupe, mi padre era bien macho y yo salí así por cosas del destino.
El hombre lo miró de arriba a abajo y le dijo encolerizado.
Vete a que te den por culo.
Y dando media vuelta se fue al bar.
Al atardecer llegó borracho perdido y reunió a la familia en la sala.
Haló por el brazo a Enrique poniendolo en medio de sus hermanos y le dijo a su esposa.
Hortencia, a partir de hoy quiero que este muchacho se aparte de sus hermanos varones
y que solo juegue con sus hermanas.
La sumisa madre asintió con lágrimas en los ojos.
A partir de ese momento la vida de Enrique dio un giro.
Sus hermanos comenzaron a llamarle Quiquita con la complacencia de su padre y la angustia de su madre.
El joven aprendió de sus hermanas los quehaceres de la casa y todos los gestos y juegos femeninos.
Domingo casi nunca le hablaba y cuando lo hacía era de una manera brusca.
El padre llevaba a sus otros hermanos a los rodeos del pueblo y a pasear a caballo por los campos.
Todas estas cosas para Enrique estaban prohibidas.
Pasó el tiempo y los hermanos mayores comenzaron a casarse y hacer sus vidas, sus hermanas siguieron el mismo camino.
Solo Enrique, permaneció virgen al lado de sus padres.
Hortencia enfermó de cancer y su hijo no se separó de su lado ni un solo instante,
las tareas de la casa quedaron bajo su responsabilidad y diligente se ocupaba de todo.
Sus hermanos venían de visita pero al final se regresaban a atender a sus familias.
Por ese tiempo Domingo ahogaba sus penas en licor, regresaba borracho y gritaba.
Quiquita, sirveme la comida.
Un día ya en la mesa le preguntó.
Como está tu madre?
Muy debil y preguntando por usted.
El padre paró de comer y le dijo escupiendo rabia.
Como no se va ha morir con el sufrimiento de tener un hijo como tú.
Enrique no le respondió y se fue a llorar a su cuarto.
Al día siguiente murió su madre.


Enrique había acabado de cumplir 32 años cuando Beatriz se mudó al lado de su casa,
se conocieron tendiendo la ropa en los tenderos de sus patios.
Hola- dijo ella.
Era alta, rubicunda y delgada.
Hola- le respondió Enrique.
Soy tu nueva vecina- y se sonrieron.
A partir de ese día se hicieron muy buenos amigos.
Conversaban sobre los trucos de los queaceres domésticos, se intercambiaban platos y recetas de cocina y él la enseñó a tejer en la paz de los mediodías.
Beatriz, era viuda, no tenía hijos y era cinco años mayor que él,le gustaba bailar y pronto fue su profesora de baile, en fin se hicieron muy buenas amigas.
Una tarde mientras bailaban un ritmo de moda, Beatriz lo besó en los labios.
Enrique sorprendido se soltó de sus brazos y se limpió la boca con el dorso de la mano.
Beatriz se echó a reír.
Que te sucede?
El estaba molesto.
No te burles de mi- le dijo a la mujer- sabes muy bien que soy maricón.
Ella se puso seria.
Y como lo sabes si nunca has tenido sexo con nadie.
El suspiró.
Lo se porque todo el mundo lo comenta, lo se porque tengo gestos de mujer, no se hacer las cosas que hacen los hombres y además- hizo una pausa y bajó la mirada.
Porque me gustan los abanicos.
Y diciendo esto se marchó corriendo a su casa.
Al aterdecer se bañó, se perfumó y se fue a la sastrería de Titino.
Lo encontró envejecido y postrado en su sillón abanicandose con el mismo abanico destartalado por el tiempo.
-No me recuerdas ?- le dijo- soy Quiquita el hijo de Domingo.
El obeso sastre lo escrutó con sus ojillos medio cegatos.
Ahhh, por lo que veo no me equivoqué, hablas como mujercita y...
Enrique lo interrumpió.
He venido para que me busques un hombre.
Titino soltó una risa ahogada.
-No te preocupes tengo una habitación a tu disposición en el segundo piso, son cincuenta pesos, sube y ahora mismo te llamo a un cliente al cual tienes que pagarle cincuenta pesos más.
Enrique pagó y subíó a la habitación que era pequeña, calurosa y con una cama personal vestida con una sobrecama amarilla y desteñida.
Estaba nervioso, era su primera vez con un hombre, le sudaban las manos y se comía las uñas.
Tocaron a la puerta.
Abrió y un hombre joven y bajo de estatura entró y se quitó la camisa.
Donde está la plata?- le preguntó.
Se metió la mano en el bolsillo y le pagó.
El joven fue hasta la cama se quitó los pantalones y mostrandole el flácido pene le dijo.
Arrodillate y mamamela.
Fue y se arrodilló pero de pronto su estómago se contrajo y comenzó a hacer arcadas, se puso de pie y escapó de la sastrería.
No paró de correr hasta la casa de Beatriz, tocó a su puerta y cuando ella le abrió la tomó en su brazos besandola, la tiró en la cama y arrancandole la ropa
la penetró con fuerza escuchando sus jadeos.
Después de una insomne madrugada se vistió dejando a Beatriz dormida y se fue a su casa.
Su padre hacia café.
Fue y lo besó en ambas mejillas arrugadas.
Que haces Quiquita?, donde dormiste anoche?
Padre, me voy a casar.
El anciano tuvo un sobresalto.
Te vas a casar con un hombre?
- No, con una mujer.
Domingo lanzó una risita nerviosa.
Pero si eres marica.
Finos rayos de sol se filtraban por las rendijas de la cocina cayendo sobre el rostro de su padre vencido por el tiempo, y en aquel momento sublime no sintió rencor hacía el hombre que le había dado la vida.


Autor; Ernesto Ravelo