Una tarde fresca y soleada de Noviembre estaba sentado al lado de mi ventana de cristal contemplando el verdor de la yerba y el brillo de los autos estacionados cuando vi bajar por el tronco de un árbol a una ardilla.
Llegó a tierra y parada en dos patas quedó inmóvil contemplando el mundo, luego fue a saltitos sobre el verdor y comenzó a escarbar en busca de los alimentos que esconden y luego encuentran con su buena memoria y fino olfato.
Encontró su tesoro enterrado, al parecer era una semilla y sujetandola con sus patas delanteras comenzó a devorarla.
Aquella tierna visión me conmovió,
admire la gracia de aquel animalito, sus movimientos rítmicos y nerviosos, su manera sutil de actuar.
De pronto una sombra se abatió sobre la ardilla y en segundos la vi elevarse en las garras de un ave de rapiña.
Quedé desconcertado y aterrado, un ligero temblor se posó en mi barbilla y sobrecogido cerré la cortina quedando la habitación en penumbras.
Entonces comprendí que en la vida, en un instante, se puede pasar de la sublimidad a la consternación.
Autor
Ernesto Ravelo
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