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viernes, 25 de febrero de 2011

La anciana

Aquel mediodia caluroso me abanicaba sentado en el portal cuando vi acercarse a la anciana.
Quedé sorprendido por su presencia pues aquel era un lugar solitario y alejado de la ciudad para que una señora entrada en años lo recorriera sin compañía.
Era baja de estatura, rubicunda y regordeta.
Vestía una falda larga color ratón y una blusa floreada y de mangas largas, en su cabeza lucía un sombrero antiguo.
Hice callar a los perros y llegó frente a la casa, sudorosa.
Me puede regalar un vaso de agua.
Si como no.
Fui a la tinaja y cuando regresé no estaba.
Le di la vuelta a la casa, miré bajo los uveros del fondo y ni rastro de la mujer.
Intrigado seguí por el sendero que conducía al mar y cuando me dio la brisa marina
la descubrí alla lejos sobre el diente de perro de frente al vasto océano.
Moví la cabeza y regresé a casa, entré y di un grito de sorpresa.
Acostada en mi lecho estaba la anciana.
No es posible- le dije con voz atragantada- acabo de verla junto al mar.
Sonrió.
Viste un fantasma, porque no me he alejado de tu casa.
Pero cuando le traje el agua....
Estaba en la letrina, orinando.
Si, es posible- pensé- no se me ocurrió que estuviera ahí.
Me das el agua?
Se la traje y sedienta la bebió.
Ahora si me lo permites, quisiera dormir una siesta, estoy cansada.
Y diciendo esto cerró los ojos y al rato roncaba acariciada por la brisa del sur que entraba por la ventana.
Me encogí de hombros.
Tal vez cuando despierte se marche.
Volví a recorrer el sendero y quedé paralizado, la anciana continuaba en la costa,
me restregué los ojos, pero no era una visión como pensaba.
Seguido por los perros fui a su encuentro determinado a resolver el misterio.
Oiga- le dije a solo unos pasos.
Se volvió.
Era la misma persona y un escalofrio bajó veloz desde mi nuca a mi espalda.
Me traíste el agua- me preguntó sonriente.
Quien es usted?- grité alterado.
Soy una anciana indefensa que viene a ver una puesta de sol.
Y la otra igual a usted que está durmiendo en mi cama, quien es?
Será un fantasma porque yo no me he movido de esta orilla.
Eché a correr hacia la casa, el corazón me latía con fuerza y un fuerte dolor en el pecho me agobiaba.
Entré a mi cuarto no había nadie, fui hasta la letrina, vacía.
Regresé corriendo al mar, la costa estaba desierta.
Oscurecía y bandadas de flamencos volaban hacia los manglares.
Esa noche no pude dormir, fumaba un cigarrillo tras otro escuchando grillos y sonidos
misteriosos.
Al amanecer armado con mi escopeta de caza recorrí los alrededores y la costa sin encontrar rastro de la extraña.
Este suceso que cuento me sucedió hace más de veinte años.
Sigo viviendo en la misma casa, solitario, alejado del bullicio, enamorado de la naturaleza y del mar y en todo este tiempo nunca más volví a verla.
Cuando cuento la historia algunos me creen, otros sonrien escépticos y muchos me han sugerido que debió tratarse de una broma entre dos hermanas gemelas.
Solo Dios sabe que sucedió.


Autor; Ernesto Ravelo

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