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sábado, 8 de octubre de 2016

Vaterko y el rey de los toldos I

Planeta Traos, mediodía


Dormitaba cuando el ataque vino de los aires, las ramas se quebraron y las hojas bajaron planeando sobre las cabañas ocultas bajo el follaje del bosque.
Vaterko- gritó mi padre- a las armas.
Me incorporé en el preciso momento en que las bestias aladas llamadas Golos, bajaban a través del boquete aéreo hecho por sus pesados cuerpos.
Chillaban como demonios batiendo sus escamosas alas y escupiendo de sus enormes bocas bolas de saliva pegajosas y fosforecentes capaces de envolver y pegar al suelo a los fugitivos que corrían espantados.
Logré agarrar mi garrote y junto a otros guerreros corrí lanzando gritos de guerra hacia los jinetes que desmontaban de las bestias y daban tajos con sus espadas matando a hombres, mujeres y ninos que trataban de abandonar el claro del bosque.
Los que no ofrecían resistencia eran atados de pies y manos o permanecian pegados con la pegajosa baba de los Golos.
Logramos derribar la ofensiva, masacrandolos por sorpresa, degollando y cortando extremidades y cabezas pero más guerreros enemigos bajaban en oleadas a la villa.
Venían del continente, los conociamos como los Beosos, eran conquistadores  que venían a nuestras islas en busca de hombres, mujeres y ninos saludables con la intención de atraparlos y venderlos como esclavos en la ciudad imperial conocida como Gretol, la metrópolis de los canibales por su repulsiva costumbre de alimentarse de carne humana.
A los viejos los mataban por inservibles.
Comenzamos a retroceder, a mi alrededor empezaron a morir los guerreros de mi clan, una flecha penetró la carne de mi hombro izquierdo, caí, apretando los dientes de dolor, un enorme Golo trató de atraparme dando rugidos y mi daga le vació uno de sus amarillos ojos, pude arrastrarme entre los cadáveres hasta detrás de un árbol y recobrar un poco de aliento, vi a los conquistadores lanzar alaridos de triunfo y alimentar a sus cabalgaduras con los restos de los muertos, picandolos con sus hachas, lanzaban roncas carcajadas y troceaban los cadáveres con las mejores partes guardandolas en mochilas que descolgaban de sus espaldas para luego devorarlas.
Aquél espectáculo horripilante me causó náuseas y vomite mientras me alejaba de la arrasada villa que comenzaba a arder incendiada por aquellos asesinos.
Andube por el bosque desorientado y adolorido, aún tenía la flecha en mi carne atravesada de lado a lado y produciendome un dolor intenso, la cabeza me dolía y el mundo giraba,
de pronto supe que estaba cerca del mar, escuché el sonido de las rompientes y su olor se filtraba entre los árboles.
Dando tumbos logré salir a la solitaria ensenada donde amarramos nuestras canoas bajo la sombra del manglar para no ser vistas desde las alturas.
Caí arrodillado en la arena y mis cansados pulmones se llenaron con la brisa marina que venía del archipiélago de Greus formado por cientos de islas algunas habitadas y  la mayoría aún no hollada por hombre alguno.
Aquel gran archipiélago era mi patria, tierra de nadie no gobernada por nadie.
Los clanes que habitaban islas vivían en ellas desde tiempos antiguos, sin guerrear, ofreciendo hospitalidad en sus villas y el libre tránsito de todos los habitantes del archipiélago donde la caza y la pesca era abundante.
Las islas deshabitadas eran territorio de todos, los clanes pescaban y cazaban y compartían sus ganancias entre ellos, no existía el dinero sino el trueque.
Cuando los Beosos comenzaron a expandir su imperio concluyó la paz del archipiélago, invadiendolo en busca de mano esclava para construir sus enormes templos y suntuosas mansiones donde organizaban fiestas que se convertian en orgías que duraban semanas,  bebían grandes cantidades de licor y organizaban banquetes donde la carne humana era el principal manjar, sacrificando a los esclavos de las islas, principalmente ninos y jóvenes alimentados y engordados para la ocasión.
Levanté la vista al escuchar aleteos y vi a más de una treintena de grotos volar rumbo al continente cargando con mis hermanos del clan.
Levanté los brazos al cielo clamando a mis dioses por ellos y por los que habían muerto y juré que algún día cortaría la cabeza de Duor el sanguinario emperador de la ciudad imperial.
Comenzaba a anochecer cuando me embarque en mi canoa y afiebrado y tembloroso me hice a la mar dejando a mis espaldas mi isla ensangrentada.
Continuará


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