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lunes, 10 de octubre de 2016

Vaterko y el Rey de los toldos lll

Dos horas después comenzó a vaciar la marea, la orilla estaba a unos cincuenta metros, dejé mi refugio e hice un esfuerzo supremo por llegar a la isla.
La corriente con el vaciante era poderosa pero mis ansias de sobrevivir eran más fuerte y pude alcanzar la costa salvadora.
Llegué a las rocas y extenuado me acosté con la respiración agitada y temblando de frío.
La flecha seguía enterrada en mi carne, si no me la extraía corría el riesgo de una infección, por ahora la sal había ayudado a la herida que no se infectara.
Debía calmar la sed, tratar de alimentarme, descansar y ganar fuerzas para luego intentar extraer la flecha que al parecer había dañado algún hueso.
El cansancio trató de llevarme al sueño, pero no se lo permití en aquel sitio junto al mar pues al llenar la marea podría ser arrastrado una ves más por la corriente.
Era media noche cuando caminando por encima de las rocas pude llegar a la arena de la playa, frente a mi la negra vegetación llena de ruidos nocturnos y peligros acechantes.
Desprendi ramas de pequeños arbustos y tendiendome en la arena hice lo posible por taparme con ellas.
El monótono suicidio de las olas se fue haciendo lejano, casi imperceptible.
Desperté sobresaltado, no se que tiempo había dormido tal ves una hora o dos,
y aguzando el oído escuché el impertinente ruido que me había despertado.
Era un chillido estridente seguido de una entrecortada y ronca risa que provenía del techo del bosque.
Un gran depredador se disponía a cazar en la madrugada, se trataba de un pugo, una criatura casi humana pero irracional, era un hombre velludo y alado que volaba y planeaba a gran velocidad, poseía excelente visión y un olfato muy fino.
Habitaba las remotas y deshabitadas islas del archipiélago y era un cazador nocturno, durante el día se ocultaba en el denso follaje del bosque.
Deduje que estaba en una isla no habitada, los pugos huyen de los hombres y suelen ser como todo depredador, astutos y oportunistas.
Sabía que eran cazadores solitarios que solo cazaban en grupos en la época de apareamiento.
No sabía si la criatura había olfateado la sangre de mi herida y se disponía a atacarme por sorpresa y en vuelo rasante.
En el firmamento aparecieron las dos lunas violetas del planeta Traos rodeadas de verdes astros.
La noche se hizo clara con tonalidades purpuras, los grillos no dejaban de chirriar y mi expectación iba en aumento.

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