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miércoles, 12 de octubre de 2016

Vaterko y el Rey de los toldos IV

El ataque vino de sorpresa y rasante.
Pude dejarme caer de bruces y las garras del pugo rozaron mi espalda.
Me volví boca arriba y pude ver su alada sombra desaparecer rumbo al mar.
No se daría por vencido a pesar de su primer intento fallido.
Si hubiera podido hacer presa en mi con sus poderosas garras me hubiera levantado en peso por encima del bosque rumbo a su guarida aérea donde moribundo me devoraria vivo.
No tenía mucho tiempo para pensar, escuché su risa a unos cuarenta metros de la costa y entonces comprendí su estratagema de caza.
Quería que me internara en el bosque donde su poderosa visión y olfato le darían ventaja, me encontraría donde me escondiera.
A cielo abierto también tenía la ventaja de cazarme y en el mar podía zambullirme pero al salir a la superficie me atraparia.
Corrí por la playa, paralelo al bosque tratando de descubrir una rama afilada que me sirviera de arma.
A mis espaldas sentí el batir de sus alas, me detuve y volviendome lancé un estridente grito de guerra.
La criatura se posó en la arena a unos siete metros de mí.
Sus ojos eran rojos como ascuas, permaneció inmóvil como una roca mientras que su risa melancólica se elevaba a los astros.
Quedé quieto, con la respiración entrecortada, los oídos me zumbaban,
el pugo velaba mis movimientos.
Vete- le grité con voz ronca.
Batió sus alas y dio pequeños saltos hacia adelante lanzando chillidos espantosos.
Con uno de mis pies había tocado una piedra me agache la recogí y se la lance dandole en el pecho, abrió la enorme boca desmesuradamente y a la luz de las lunas pude ver la blancura de sus enormes colmillos.
Dio un salto y cayó sobre mi, derribandome.

Continuará

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