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domingo, 9 de octubre de 2016

Vaterko y el rey de los toldos ll

Guiando mi barca al Este navegue ayudado por el remo y la vela con el sol declinando a mis espaldas, el mar verde y rizado dejaba ver por instantes el brillo plateado de peces voladores.
Lloré profuso por la muerte de mi anciano padre, mi madre y mis hermanos habían muerto dos años atrás en otra incursión hostil de los crueles conquistadores, en aquella ocasión escapé guiado por mi padre que nada pudo hacer por salvar el resto de su familia.
El llanto calmó mi ánimo, no así mi crónica tristeza, dejé de remar, el viento a mi favor me llevaba a las islas del archipiélago donde pediría refugio en algún clan.
Cuanta sangre, cuantos clanes destruidos, cuántas vidas tomadas.
Aquellas cacerías despiadadas tenían que parar, iba con la resolución de hacer algo que cambiara aquella situación, era necesario unirnos y enfrentar a los esclavistas con un ejercito organizado y numeroso formado por guerreros de todos los clanes, seguir ocultandonos como conejos no era la solución.
Así cavilaba cuando vi dibujarse en el horizonte los contornos azulados de una isla, me arrodille y reme con fuerza hacia sus costas que se fueron haciendo más claras pero el dolor de mi brazo me hizo desfallecer y una negra turbonada frente a mis ojos llegó a mi barca mugiendo y levantando olas inmensas, llovía cortante, tronaba y los relámpagos herían la tarde.
Me aferre al borde de la barca y traté de poner proa a la tormenta, las olas la elevaban y luego caía al vacío para volver a montarse en el lomo líquido de otra ola.
La sal sazonaba mis ojos, no era tiempo de morir y así se lo hice saber a mis dioses, la barca resistía los embates a pesar de su fragilidad y la turbonada siguió su camino hacia el oeste.
La lluvia cesó, dejando una fría llovizna, el viento amainaba y las aguas comenzaron a calmarse, había perdido el remo así que la barca a la deriva era arrastrada por la corriente y comprendí que la única manera de alcanzar la cercana costa de la isla era nadando a sus orillas.
Me lancé de cabeza y al salir a la superficie comencé a bracear soportando el dolor de mi hombro, la corriente corría paralela a la costa así que debía dejarme llevar y en el punto más cercano de la isla nadar con fuerza para tratar de alcanzar tierra.
Cuando llegué al lugar más próximo a la costa, hice un esfuerzo sobrehumano por acercarme a aquella punta rocosa que se adentraba en el mar, mi hombro sangraba y mi vigor mermaba, probé a tocar fondo con mis pies pero aún estaba hondo y la corriente amenazaba con alejarme de aquellas rocas salvadoras, tragué el agua amarga y estaba a punto de ahogarme cuando descubrí una pequeña barrera de coral que sobresalía del agua.
Mi adrenalina se disparó y nade hacia los corales subiendome en un orejon grande, mis manos se aferraron a sus cortantes bordes hiriendome las palmas de las manos y un tobillo.
Y allí permanecí extenuado y temblando de fiebre.
Un anochecer ventoso se impuso, las aguas se tornaron oscuras y amenazantes y sobre mi cabeza volaron tres pelicanos buscando el seco refugio de la isla.

Continuará

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