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jueves, 31 de marzo de 2011

El cazador de iguanas

El día que Luisa Vera vio por primera vez a la iguana dio un alarido y corrió dentro de la casa con las manos en la cabeza diciendo.
Ave María que animal tan crecído y repugnante.
Fue hasta el cuarto y levantando el mosquitero zarandeó por el hombro a su marido que dormía la siesta.
-Qué sucede mujer?
Marcelino, no lo vas a creer pero una iguana grandísima está devorando mi jardín.
El hombre bostezó y le dijo malhumorado.
-Las iguanas no comen flores.
Y siguió a su ágil mujer aún medio dormido.
El manso lagarto de casi un metro y de piel color tierra y rugosa, estaba inmóvil junto a la fuente tomando el despiadado sol del mediodía.
Marcelino se disponía a azorarlo hacia la manigua pedregosa y cercana cuando Luisa se lo impidió.
-Tenías razón- dijo ya más calmada- no se come las flores ni se baña en la fuente.
y entrando a la cocina murmuró.
La pobrecita, tiene hambre.
Y salió al jardin con un plato con raspas de arroz.
Marcelino movió la cabeza en señal de desaprobación.
-Mujer, las iguanas solo comen moscas.
Luisa se hizo la sorda y dejó el plato al lado de una mata de rosas,
regresó junto a Marcelino y esperó aguantando la respiración.
El reptil se acercó al plato y comenzó a devorar las raspas.
-Berta, se llamará Berta- exclamó la mujer.
Desde aquel día la iguana Berta fue parte de la familia, todas las tardes salía del monte en busca de su alimento que incluía además del arroz,frijoles, lechuga, bananas y otras exquiciteces.
Con el tiempo Berta se dejó acariciar por su dueña que orgullosa la mostraba a sus vecinas y a todas las visitas.


Cuando Eduardo Pavón supo de la iguana domesticada una idea fija se le alojó en el rincón más oscuro de su cerebro.
Durante años las había cazado poniendole trampas para venderselas a los chinos verduleros que amaban aquella carne tierna, blanca, jugosa y con sabor a pollo.
Un día borracho perdido la probó en la trastienda del chino Carlos y cuando estuvo sobrio se pasó una semana vomitando.
Nadie en el pueblo sabía que era cazador de iguanas pues se las ingeniaba en poner sus trampas en lugares del monte donde abundaba la roca dura y afilada.
Todos los días atrapaba gran cantidad de lagartos en sus trampas, los mataba con una fija, los desollaba a cuchillo en la espesura y ponía la carne en jabas de nilon, luego las guardaba en una mochila y se iba al poblado chino.
Con el tiempo las iguanas comenzaron a escasear y las que lograba atrapar eran muy pequeñas.
La famosa Berta había crecido más de un metro y engordaba por día, con una pieza así calculaba que le darían 100 pesos.
Empezó a planear como robarsela.
Pero la empresa no era tan facil, ya Berta no se marchaba a su cueva y ahora dormía
junto a la fuente vigilada por el perro de la casa, un pilbull blanco y fiero.
Primero debía eliminar al perro y lo haría con una perra en celo.
Estuvo varios días vagabundeando por el pueblo observando a los perros callejeros hasta que un anochecer vio una jauría de machos cortejando a una perra flaca y sarnosa.
Comenzó a tirarle huesos de pollo y pedazos de pan viejo y cuando el hambriento animal se descuidó le tiró un lazo al cuello y se lo llevó a rastras hasta su casa.
Amarró a la perra en el patio, era de mediano tamaño y temblaba de miedo.
A las doce de la noche salió rumbo a la casa de Marcelino y Luisa, con la perra dentro de un saco de yute y la fija en la otra mano, no había luna y las calles estaban desiertas.
Llegó a la cerca, el jardin estaba oscuro, el perro ladró amenazante pero enseguida olfateó el olor a hembra en celo y comenzó a gemir y escarbar para escapar al otro lado.
A los pocos minutos un bulto blanco se deslizó bajo la cerca y Pavón liberó a la perra que asustada echó a correr perseguida por su nuevo pretendiente.
El camino estaba libre, el ladrón lanzó la fija al jardín y encaramandose a la cerca
cruzó al otro lado.
Recogió la fija y se fue cauteloso hasta la fuente pero la iguana no estaba allí.
la buscó por el rosal pinchando con la fija para que saliera pero todo fue inutil.
Entonces, sudoroso y asediado por los zancudos se fue a la caseta del perro, se puso en cuclillas y introdujo la fija.
Un ruido atronador brotó de su interior y un bulto negro salió disparado como misil golpeandolo en el centro de las piernas.
Pavón calló a lo largo agarrandose los testiculos y vomitando.
Maldita iguana- balbució apretando los dientes.
En ese momento las luces del portal se prendieron, quiso huir pero el atenazante dolor se lo impedía.
Marcelino brotó del interior de la casa sin camisa y con la escopeta de cartuchos entre sus manos.
Quién anda ahí? identifiquece o disparo.
Pavón se pudo sentar en la hierba empapada de rocío, aún aguantandose las bolas.
Marcelino lo reconoció.
Eduardo que hace usted dentro de mi propiedad, digamelo o lo mato.
El hombre comenzó a sollozar.
No me tires Marcelino, por tu madre.
El dueño de la casa se extrañó de no ver a su perro y lo llamó a voces.
-Ladrón- vociferó- venías a robar, que le hiciste a Campeón ?- y le pegó el cañón en la cabeza.
El hombre pensó de prisa, en ello le iba la vida.
Hice un trato con tu perro.
Que trato? le preguntó Marcelino desconcertado.
Luisa escuchaba asomada en la puerta y envuelta en una sábana.
-Le prometí que le traería una perra ruina con la condición de que me permitiera entrar al patio para que Berta me hiciera sexo oral- hizo una pausa tragó en seco y agregó.
Dicen que las iguanas son muy buenas mamadoras, pero esta tuya no le gustan los pichicortos como yo y me la mordió.
Eres un enfermo- lo increpó Marcelino.
Luisa telefoneó a la policia y el cazador de iguanas fue a parar al calabozo.
Al amanecer la noticia corrió como polvora por el pueblo y toda la región.
Pavón estuvo tres días preso, pagó una multa y una madrugada desapareció para siempre.
Berta siguió creciendo, engordando y divirtiendo a los niños que la visitaban al salir de la escuela y no faltaron los malintencionados que murmuraban que la obesa iguana estaba embarazada de Campeón.


Autor; Ernesto Ravelo

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