En la pecera nada un diminuto hombre anfibio,
es negro y blanco como las orcas y le brillan
las escamas.
Le tiro la carnada y paciente espero, da vueltas
pero no se engancha porque tiene el sonar
de los delfines y descubre el anzuelo.
Ha devorado todos mis peces con sus dientes
de piraña.
Meto la mano y trato de acorralarlo contra el vidrio,
pero veloz salta y cae sobre la alfombra mentandome
la madre.
Tomo la escoba y lo barro hacia el mundo, se retuerce
bajo el sol, escupe palabrotas, me llama cobarde,
mientras muere azulado sobre el hirviente cemento.
Autor; Ernesto Ravelo
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