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viernes, 18 de marzo de 2011

El nieto y su abuela

La voz subió hasta el brocal del pozo,lánguida, cercana, era voz de mujer.
El hombre asustado y tembloroso retrocedió dejando caer la soga y el cubo,
pero la curiosidad se impuso y lentamente se fue acercando a la boca húmeda y miró a su interior.
Quedó petrificado de terror, un bulto subía por la pared verdosa y antigua,
lo hacía con lentitud,vio una larga cabellera amarillenta que chorreaba agua
y unos brazos delgados y secos que se aferraban a los salientes de las rocas.
Entonces el hombre recordó que su abuela a la que nunca conoció se había arrojado
al pozo cincuenta años atrás al descubrir que su esposo la traicionaba con su propia hermana.
El ser llegó jadeante al brocal y descubrió su rostro.
Sus ojos eran grandes y fijos como los de las muñecas,le faltaba la mitad de la nariz,los labios y de sus oídos saltaban y caían al vacío pequeños peces.
Soy tu abuela la suicida- le dijo al nieto mirandolo con fijeza.
Que quieres de mi?- le respondió el hombre con voz queda.
Quiero que me abraces- prosiguió el fantasma y rompió a llorar.
No puedo hacerlo, no eres de este mundo y además estás asquerosa.
La muerta se bajó del brocal y caminó encorvada alrededor del pozo con sus piernas podridas y mal olientes.
De mi nació tu madre,así que me debes la vida- dijo y dando un suspiro continuó.
Es cierto que apesto pero dime si no ha sido clara y saludable el agua que has bebido de este pozo desde que tienes uso de razón.
El nieto hizo una mueca de asco.
Nunca más beberé de estas aguas.
El fantasma dio un salvaje alarido y se lanzó al pozo.
El hombre se marchó y le ordenó a los empleados de su finca que sellaran el pozo y hicieran otro.
Su orden fue cumplida y tres semanas después se inaguró el nuevo pozo, pero a los pocos días un hedor terrible brotó de su fondo y una risa espantosa se escuchó.
El hombre lo mandó a sellar y se hizo otro, el primer cubo de agua salió clara pero
al momento se convirtió en un pus espeso y amarillento donde flotaban tripas azuladas.
El nieto no se dio por vencido y continuó haciendo pozos pero todos tenían aquella pestilencia maldita.
Las cosechas se comenzaron a perder y el ganado comenzó a morir de sed.
Entonces el hombre resignado hizo que abrieran el brocal del antiguo pozo y llamó.
Abuela, abuela.
El fantasma subió sanguinolento, desfigurado.
Me abrazas?
El hombre haciendo arqueadas le dijo.
Lo haré para salvar mi finca, te soy sincero.
La muerta sonrió dejando al descubierto toda su dentadura y le respondió.
No sabes cuanto necesito del calor humano.
Y se abrazaron bajo el el sol ardiente del mediodía.

Autor; Ernesto Ravelo

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