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miércoles, 23 de marzo de 2011

Los hermanos.

Eladio García vivía al borde del monte firme en un pequeño conuco hecho por sus manos
y cercado con piña de ratón donde sembraba boniato, calabaza y hortalizas en la epoca de lluvia.
El techo del rancho era de zinc y las paredes de tablas desparejas y sin pintar,su interior era estrecho, en una esquina tenía un pequeño fogón de carbón y al otro lado
un catre viejo y destartalado que todavía aguantaba el peso del hombre.
Aquel día de septiembre Eladio abrió las dos ventanas, le bostezó al amanecer y sonrió al ver las amarillas flores del calabazar.
Hizo café en un jarro tiznado y lo coló por el colador de tela.
Bebía el negro nectar cuando escuchó pasos en el patio de tierra y su perro comenzó a ladrar, se asomó a la puerta y se encontró con Rosa su cuñada que vivía cerca de la costa.
Buen día Eladio, me das un vaso de agua?
El hombre fue a la tinaja y regresó con un jarro de aluminio.
Y que te trae por aca Rosita?
La mujer bebió de prisa y sonriendo le respondió.
Na que hoy Francisco se fue de madrugá a recoger ganao por en vuelta de La Campana,
y después del desayuno estaba aburrída y me dije, dejame hacerle la visita al solitario de Eladio y aquí estoy.
El hombre la invitó a pasar y le sirvió café, luego prendió un cigarro.
Sientate en el catre, los dos taburetes que tenía se me rompieron.
La mujer se alizó el negro y largo cabello y recogiendose el vestido se sentó.
A pesar de estar pasada de los cuarenta se mantenía bien, era delgada y maltratada por la intemperie, no era bella pero sus rasgos duros y la viveza de sus ojos la hacían lucir atractiva.
Eladio con disimulo recorrió sus piernas bien formadas y espantó de su mente esa idea que perturba al hombre cuando se encuentra a solas con una hembra.
Rosa era la esposa de su hermano mayor y por lo tanto era sagrada.
Cuñado, que esperas para buscarte una mujer- dijo mirando hacia el lejano mar- ya la difunta lleva tres años de muerta y tus hijos se fueron pa la ciudad.
Eladio suspiró.
Si cuñada tienes razón, ya he pensado en eso, pero tengo que mejorar mi vida y salir de este rancho.
De pronto la mujer comenzó a sollozar.
Que te pasa Rosa?
Se enjugó los lagrimones con la manga del vestido.
Na que las cosas entre tu hermano y yo no andan bien.
Eladio se sentó a su lado.
Que está pasando?
Rosa se estrujó las manos.
No te puedo decir- le respondíó en voz baja.
Por qué mujer?
Porque es algo privao.
Pero yo soy tu familia y a lo mejor te puedo ayudar, dime.
Y se quedó esperando.
Bueno esta bien, te cuento pero prometeme que quedará entre nosotros.
Así será, te lo juro- dijo Eladio cerrando la mano y besandose el dedo gordo y el indice.
El asunto es que Francisco no me sirve pa la cama.
Cómo es eso?
Rosa miró a todas partes y bajó la voz.
No se le para y mira que yo desnua soy una hembra del cará.
Eladio sintió que un aire tibio le corría por las venas llegaba a sus testiculos y se posaba en su animal muerto.
La mujer continuó.
Esto le empezó hace casi un año, al principio pensé que venía cansao de los potreros,
pero hace como tres meses me confesó la verdad, dice que le echaron un daño en la bebida y ha ido a los espiritistas y nada, ha probao con huevos de carey y hasta un chino viejo le dijo que tomara guarapo y comiera bastante tomate pero no le responde y yo necesito porque todavía estoy joven y tengo deseos.
Eladio notó que la respiración de Rosa se hizo agitada y pedregosa, sus enormes tetas
parecían a punto de reventar bajo la tela y la tibieza que lo exasperaba se convirtió en calor provocandole una presión en la portañuela que dolía.
Turbado quiso pararse e irse al patio pero no quiso que ella descubriera su erección.
Tanto tiempo solo, lejos de mujer y ahora Rosa le contaba todo aquello, sintió que el pantalón se humedecía y cruzó las piernas.
Cuñado, he venido para que me ayudes.
Al hombre se le atragantaron las palabras y el corazón se le quería escapar del pecho.
Vio a Rosa con la mirada turbia la boca entreabierta y las piernas separadas.
Ayudame a sentirme mujer.
Pero eres la mujer de mi hermano, de mi sangre- dijo Eladio vacilante.
Rosa lo abrazó y lo besó con fuerza en los labios.
Tu hermano es el hombre de mi vida pero no soy de piedra.
El beso se hizo largo, furioso, se mordían, se aruñaban , jadeaban y rodaron por todos los rincones del rancho arrancandose la ropa.
El perro que estaba echado bajo el catre dio un chillido y salió asustado al patio.
Rosa gritaba, maldecía, se mordía los labios hasta hacerlos sangrar y cuando fue visitada en sus entrañas dejó escapar quejidos extraños que se adentraron en el mar.
Luego quedaron tendidos, sudorosos y con la vista extraviada en el techo.
La mujer se vistió de prisa.
Gracias cuñado, no sabes el gran favor que me has hecho.
Eladio se puso el pantalón y sujetandolo con el cinto le dijo.
Rosa esto no puede volver a suceder, hemos traicionado a Francisco.
La mujer lo besó en la mejilla y desapareció por el arenoso sendero.
Esa tarde oscureciendo la propia Rosa le trajo la mala noticia.
Francisco se había ahorcado en una ceiba de los potreros, no dejó mensaje alguno.
Lo velaron al día siguiente en sus casa rodeado de lloronas, monteros y viejos amigos que bebían ron y cantaban corridos mejicanos en honor al tendido.
Eladio se paró frente al feretro y apoyando el rostro en el cristal lo regó de lágrimas pidiendole a su difunto hermano que lo perdonara.
Luego se retiró a un oscuro rincón y pasó la noche en vela.
La viuda estuvo desconsolada y rodeada de mujeres que le daban el pesame y la atendían.
Después del funeral Eladio regresó a casa y se durmió, al anochecer Rosa apareció vestida de negro, desencajada, y le pidió dormir a su lado pues sentía miedo quedarse a solas en su casa.
Abrazados se durmieron y él la sintió orinar afuera esa madrugada, luego se durmió y soñó que su hermano lo maldecía y lo perseguía con un puñal.
A Rosa la despertaron los finos rayos de sol filtrados por las rendijas, Eladio no estaba a su lado, se levantó y saliendo al patio lo llamó, su perro tampoco estaba,
el café estaba hecho lo calentó en las brasas del fogón y se sentó a esperar, fumando.
El sol subió a mitad del cielo, las chicharras se tornaron insoportables y truenos cercanos espantaron la tarde.
Una lluvia brillante cayó sobre el sembradío y el techo de zinc.
Rosa estaba triste y lloró en silencio.
Las ranas comenzaron a croar y los cangrejos rojos salieron sedientos de sus cuevas,
entonces la viuda comprendió que se había quedado sola en el mundo.
A pasos lentos se acercó al calabazar se arrodilló sobre la arena mojada y acarició
una diminuta calabaza que había dejado de ser flor.


Autor; Ernesto Ravelo

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