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viernes, 7 de enero de 2011

Chita la Corúa

Recuerdo a Chita La Corúa bajarse de la patana a las ocho de la mañana con su saco de botellas vacías a cuesta y caminar bajo el temprano sol que inundaba la calle La Mar.
Era una mujer negra, de mediana estatura y regordeta que hablaba de prisa y su voz era ronca y tropelosa.
Al parecer vivía en el pueblo de Juraguá o sus alrededores y se dedicaba a la venta
de envases de vidrios en la tienda de materias primas situada en aquel entonces en Santa Cruz y Gacel.
Padecía de un leve retraso u otra enfermedad mental que no le impedía realizar
su trabajo pero era aprovechada por los burladores para atormentarla.
Cuando pasaba le gritaban falseando la voz.
Chitaaaa la coruaaaa.
Y la pobre mujer estallaba en ira y comenzaba a proferir insultos en contra de sus burladores.
A veces la mortificaban tanto que les arrojaba parte de las botellas que con tanto trabajo había logrado recolectar.
Recuerdo que en una ocasión esperabamos un camión de arroz por la puerta del almacén que da a La Mar, cerca del muelle Real y el parque de la Aduana, cuando Chita se acercó a pedir un poco de ázucar y algunos estibadores empezaron a buscarle la lengua.
Pacheco se sacó el pene y le dijo.
Mira Chita.
Y ella divertida, comenzó a burlarse con su lenguaje altisonante y confuso.
Ta muy chiquitaaa pa mi, parece de un niño.
Entonces el difunto negro Eufemio, viejo, alto y musculoso dejó al aire su enorme y flácido pene y le preguntó.
Y eta Chita?
A la mujer le brillaron los ojos y respondió emocionada.
Eso si he un tolete.
Y Eufemio le hizo una invitación.
Pue saludalo Chita.
Y Chita ni corta ni perezosa agarró el pene por la cabeza y zarandeandolo dijo.
Mucho guto.
Y se marchó con su cartucho de ázucar.


ERG

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