El gato se ha dormido en el portal brillante,
acariciado por la brisa de una tarde gris,
parece un peluche blanco y negro, sin garras
y sin instintos de matar.
Los gorriones bajan de los aleros, asustados
pero a la vez curiosos de la inmovilidad
del felino.
Dan saltitos a su alrededor y los inexpertos
se atreven a picarle los bigotes.
La confianza aumenta, se le posan en el lomo
y le roban los pelos de la cola para fabricar
sus nidos.
El gato se ha dormido en el portal brillante,
sin importarle la gente que desfila por la acera,
o los carros que tocan el claxon.
Cae la tarde, los gorriones regresan a sus aleros,
se prenden las luces nocturnas y el gato seguirá
inmóvil para siempre.
Ernesto Ravelo
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