La amé en una esquina solitaria,
embrujado por la noche y la tersura
de sus senos.
Hicimos el amor de pie, su pierna
buscaba la luna y sus quejidos
ahuyentaron a las criaturas
insomnes.
Me bañé en sus adentros, mordía,
sus uñas de pantera desgarraron
mi piel y su orgasmo fue hoguera
crepitando en la madrugada.
Luego, andubimos por las calles
dormidas hasta su puerta.
Regresé a casa feliz de mi primera
vez.
Ernesto Ravelo
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