Quiso el remo herir el bronce del océano,
y el tabaco bailar en la boca salitrosa.
Quizo el pez morder la carnada y bajar
herido hacia las rocas profundas.
Quiso la ola suicidarse en las orillas,
trayendo en sus lomos vidrios pulidos
por la sal, tortugas ponedoras y botellas
encorchadas.
Quiso el faro prenderse al oscurecer, para
que el pescador regresara a puerto cantando
la misma canción entonada por su padre
en las antiguas mareas del pasado.
Quiso la noche terminar de devorar los retazos
naranjas que quedaban en el horizonte y luego
traer su brisa melancólica.
Ernesto R
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